jueves, 17 de febrero de 2011

Parque Forestal



Carla Ordenes Duffau. Retrato de Nadia Duffau Urrutia
Los primeros 12 años de mi vida anduve por ferias artesanales y me encantaba. 
Recuerdo las del Parque Forestal, enorme, llena de artistas buenos que trabajaban en sus obras ahí mismo. Me acuerdo de Don Guayo y sus maderas, del tío Polo y sus pinturas demasiado inspiradas en Gauguin, de la señora que convertía el vidrio en figuritas que llenaban toda la fantasía que podía caber en un niño, de las presentaciones musicales, y por supuesto, de mi madre parada frente a su atril todo el día, haciendo retratos, uno tras otro, maravillosos, perfectos, únicos. Yo le pasaba cafecito y algo para comer y ella seguía porque la demanda era impresionante ¡qué increíble y qué distinto a lo de hoy!. Yo mientras tanto, atendía el stand donde había varias cosas más a la venta, esculturas en greda también de mi mami, arreglos de plantas y otras artesanías. Vendía mis cositas también, unos pajaritos en tronco, hechos en greda, que me quedaban bastante bien. Y veía pasar la gente, multitudes a ratos y escuchaba el sonido de las quenas y otros tantos que emanaban de los distintos puntos de venta, el olor a barquillo y maní, el rumor de los árboles enormes, la corriente del río Mapocho. Todo el día, hasta la noche estábamos allí.

Un año nos llevamos un perro a la casa. Le pusimos “Valiente”porque era como el del cuento de mi papá. Era un perro vago del que mi mamá se enamoró. Nos acompañó todos los días y para el fin de la feria, mientras arreglábamos los cachibaches, ahí estaba. Fue un cruce de miradas no más con mi papá e instalamos a Valiente en el taxi de vuelta a la casa. Me acuerdo que puso su cabezota (era un perro grande) en mis piernas y estuvo tranquilo todo el viaje, asumiendo que su lugar era con nosotros. 
Igual lo perdimos después de un tiempo, era un perro de la calle y no se pudo doblegar esa voluntad. Supongo que lo cogió la perrera porque un dia cualquiera desapareció. Pero la sensación de su tibieza en mi falda, de su confianza absoluta, de su mirada de animal curtido y sabio y más la noche llena de estrellas en un pacífico retorno al hogar (un lujo entre mis recuerdos) hasta hoy me provoca una sonrisa y una hermosa sensación de bienestar. Además siempre eran buenos tiempos después de las ferias, había plata y la posibilidad de comprar cosas.
Otras noches nos íbamos los 3 a “Il suceso” o a la “Fuente Alemana” a comer unos deliciosos lomitos. Llegábamos siempre tarde en la noche y cansados. Mis hermanas estaban excluídas de esta aventura “por chicas” y esperaban en la casa, pobrecitas, siempre con ganas de participar, fueron un par de veces pero muy poco. Igual hubiera sido un riesgo con tanta gente, yo vendiendo y mi mamá en sus retratos,  pero desde ahora igual me gustaría que ellas tuvieran un poco de mis recuerdos, porque son bacanes.

Después se desinfló la importancia que  tenía la feria como fenómeno cultural, fue haciéndose más comercial y al final se prohibió el uso del parque. Mi mami trató después en otras ferias en distintas partes pero nunca fue lo mismo. La gente también cambió me imagino. Pasaban horas en que no hacía retratos y sus figuritas no se vendían. Un año estuvimos al lado de la iglesia de San Francisco, en la calle Londres y mi recuerdo de esa vez es lento, caluroso y latero. Más encima nos tocó al lado una vieja que vendía llaveros de cuero, distintas formas, zapatitos, libros, etc , a 5 pesos cada uno y vendía todo el día y a cada rato. Y nosotros nada y sin nada en las arcas tampoco. Una mañana que la vieja se ausentó, le dejó el puesto a mi mamá y con carita desamparada vendía a montones. Cuando nos fuimos en la tarde, caminando hacia la micro por la Alameda, calladas y sin haber  vendido nada, de repente mi mami aprieta mi mano y me dice ¿quieres un helado?  Y yo, sintiendo un torbellino de pensamientos en mi cabeza de 10 años…

-Pero mami… ¿y plata?
-Yo tenía 5 pesitos por ahí….-respondió mirando hacia adelante.

Y  me alcanzó para asentir, obvio, quién hubiera dicho que no a una delicia tan escasa y tan anhelada. Costó 3 pesos el helado de cono y lo comí feliz y culpable por mis hermanas, pero más feliz que culpable, sin duda. Lo mejor fue la sonrisa de triunfo de mi mami mientras me lo pasaba primero probando un poquito ella.

Fue el helado más dulce, luminoso y justo de todos los tiempos. 

Nadia Duffau y Carlos Ordenes. Parque Forestal 1966


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