viernes, 9 de septiembre de 2011

La vida de los otros

Hoy volviendo del hospital me fui manejando sin prisa, encantada con la claridad de la tarde y la primavera que se asoma por todas las esquinas, feliz porque es viernes (mañana tengo turno pero no importa) y mis hijos salen una semana de vacaciones... feliz por el mensaje "muy bien" de Miguel a mi requerimiento de cómo le fue en la prueba de matemáticas...
Me fui manejando sintiendo el aire y los vaivenes de la ciudad, entrando por las ventanas que me dan los semáforos, adivinando en el rostro de la señora que vende avellanas, acompañando a un escolar pequeñito en su regreso a casa,  olvidando el dolor físico, el sueño, la ida obligada que tengo al supermercado.
Iba hacia mi casa escuchando en la radio uno la selección musical de Hernan Rivera Letelier, sonriendo con sus palabras, concordando con sus canciones, arribando en la cordillera, volviendo con Illapu, preguntando por Run Run, casi llorando con el para que no me olvides y fumando un cigarrito con Víctor Jara.


Fue un paseo increíble por el camino de siempre.
Como cuando recorría todo Santiago para ir a la Universidad, en los buses repletos y cansados desde el inicio, 1 hora y media mínimo por trayecto, 2 veces al día, todos los días, durante varios años. El mismo paisaje y muchas veces hasta la misma gente.


Me las arreglaba entonces para soñar la vida de los otros. 


Y cuando la fortuna me permitía un asiento y además en la ventana, la aventura era total. La mayor magia estaba en subir la vista y colarse por los segundos pisos, saltar a los balcones, llegar a la terraza de los edificios o simplemente acompañar a la viejita que me veía pasar desde su ventana. Tantas historias por conocer, tantos pesares, tantas caras de difícil interpretación, algunas sombrías, otras indiferentes y las menos, felices. El trayecto me llenaba de sensaciones y preguntas, de algunas certezas también, reales e imaginarias. Como el bus era demasiado lento, tenía tiempo para contarme muchos cuentos distintos y los capítulos iban cambiando en cada paradero. Y los minutos en vez de largos se hacían entretenidos e importantes.


Llegaba a mi casa al fin, cansada pero sin sensación de tiempo perdido y en paz.
Y ahora ya llevo tanto sin subirme a un bus y a veces lo extraño. En el auto no es igual, sería riesgoso e irresponsable caer en ensoñación, pero algo se puede, incompleto y a tirones pero algo se puede. Hoy por lo menos, fue un poco más que algo.

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