lunes, 11 de abril de 2011

La Escuela de Medicina

Frontis Facultad de Medicina Norte. 1988. Foto: Marcos Guiñez




Anduve un rato por la escuela de medicina y una vez más me llené de recuerdos nostálgicos. Cuántas veces caminé por esos mismos pasillos, a ratos marginal y atormentada, otros contenta y optimista, desde alguna clase, hacia algún examen, a reuniones y asambleas de estudiantes, a encontrarme con un pololo o con alguna amiga,   o simplemente caminar sola con mi soledad tan concurrida y presente.


Recuerdo que mi ambición más grande en la infancia era llegar a esta facultad y se veía tan difícil en ese tiempo, era tan pobre mi entorno y mi escuela.... me acuerdo de una vez que andando en micro pasamos frente a la facultad, allá en Independencia y la encontré tan enorme, tan grandiosa, tan llena de historia, que me llené de temor, temor a fracasar. Era mi sueño, no sé de dónde ni por qué, pero estuvo en mí desde que tengo memoria.
Así que cuando llegué sentía mi vida completa. 


La universidad me mostró un universo de cosas nuevas, de personas nuevas y distintas a lo que yo conocía, una forma distinta de mirar el mundo y tratar modestamente, de arreglarlo un poco. De allí tengo aún las mejores amigas. Y de ese tiempo, sin duda, cuando hay tanta vida por delante y tantas esperanzas y tantas infinitas ganas y fuerzas de hacer todo, tengo los mejores recuerdos.


Por eso me alcanza la nostalgia de antaño.
Porque trae nombres y momentos y canciones.
Pero sobretodo porque me lleva a lo que una vez fui... y por un momento me devuelve toda la rebeldía con la que viví esos años y mi sueño de mundos mejores, sueño que ahora duerme la mayor parte de mis días actuales.  

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